May 6, 2024
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por Mónica Beck-

 

Esta mañana las brazadas cuestan. El agua corre a toda velocidad por mi costado cada vez que giro para llenar mis pulmones de aire. Hay días en que el agua me ayuda a deslizar por esta alberca, pero otras veces, como ahora, esto es más una lucha que una relación. Abajo no se oye nada y las visiones son entintadas por las losetas azules del fondo. Aquí se escucha más fuerte el latido de mi corazón, lo de afuera parece no existir.

 

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El agua es antigua. Si ahora me sirvo un vaso de este transparente líquido y lo tomo, me estoy bebiendo la misma agua que hace miles o millones de años tomaron otras mujeres y hombres en otros tiempos. Esto es porque el agua en nuestro planeta no es otra, no hay más ni menos agua que la que siempre ha existido desde la creación de la Tierra.  Así, el agua es viajera, pues entre evaporaciones, nubes y vientos, cambia de ubicación constantemente; la que ayer fue el agua de Japón, mañana bien puede ser el agua de México según las co-rrientes caprichosas del cambiante clima.

 

Alguna vez un hombre me confesó que un día durante un viaje en crucero por Alaska bajó a conocer un glaciar. A aquella expedición turística trajo consigo una martinera, y se preparó un coctel con la reserva de aquel hielo prehistórico. El pensamiento que me siguió fue: ¿qué secretos ancestrales de este turista moderno se disolvieron entre la ginebra, el vodka y aquel pedazo de glaciar, dentro de esa coctelera? Dos tiempos distintos mezclados no sólo nos hacen pensar en la relatividad del tiempo, sino en la incómoda pregunta: ¿a quién le pertenece el agua?
Cuando yo era niña el agua no era de nadie. No había agua empaquetada y etiquetada con los nombres de ninguna empresa. El agua corría libremente por el grifo de la cocina, y si tu mamá era un poco escandalosa con la higiene doméstica, quizá pasaba el agua antes por un filtro de carbono, o la hervía un ratito sobre un pocillo en la estufa. Hoy no sólo el agua es una industria millo-naria, sino es parte de la complicada cultura del branding, en donde el valor de las cosas -y habría que agregar, de las personas-, está valuado por los logotipos que las acompañan, sumándose a ideologías preempaquetadas de ideales corporativos maquilados a destajo, en la compleja y sofisticada maquinaria de la publicidad. Los objetos pierden el valor de su esencia y quedan sometidos al superficial valor de una etiqueta. En este juego nos han hecho creer que hay mejores aguas que otras, cuando en el fondo el agua, es tan sólo agua.

 

Si el agua es antigua y es constante viajera de cielos, y además tiene la facultad de atravesar el tiempo, entonces el agua es sabia. Una muy querida amiga vivía en el piso 19 de una lujosa torre de la ciudad. En su peculiar departamento construyó más cerca del cielo que de la tierra, una fuente en el centro de su sala. En sus constantes viajes, traía consigo frasquitos con agua de todos los rincones del planeta, y los vertía en su fuente enriqueciendo el agua que por ahí corría. Ella creía que desde su fuente emanaba la sabiduría ancestral del agua, y en su constante cantar brotaba una porción de paz universal. Si bien escoges creer o no en esta anécdota, vale la pena reflexionar en cómo el agua, juega un papel fundamental en nuestras vidas cotidianas: cuando nos bañamos, cocinamos, bebemos, regamos, etc. ¿Qué haríamos sin el agua corriendo a toda velocidad por las paredes de nuestras casas satisfaciendo nuestras constantes demandas?

 

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Cuando veo a los niños jugar durante horas dentro de una bañera o alberca, pienso que esa agua en realidad es herencia de todos y sólo se encuentra de paso por nuestras vidas por un ratito. No hay más agua ni menos agua que hace cien millones de años, y sin embargo las reservas de agua dulce hoy están reducidas. De toda el agua del planeta el 97.5% aproximadamente es agua salada, y tan sólo el 2.5% restante es de agua dulce. Hemos logrado reducir sustancialmente esas reservas potables en los últimos cincuenta años gracias al crecimiento social y cultural de nuestra voraz civilización. ¿Cuánta de esa agua dulce les vamos a entregar potable a nuestros niños dentro de treinta o cuarenta años?

 

La próxima vez que llueva, abre la boca con la cara hacia las nubes mientras recuerdas que esa agua que paladeas, viajó a través de los cielos, los mares, otros pueblos, cruzando la barrera del tiempo para llegar a ti. El agua es embajadora de la paz mundial, es herencia de la humanidad, parte vital de nuestra vida diaria.

 

Y tú, ¿qué estás haciendo por el agua?

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